El firmamento es un lugar privilegiado por el que nos asomamos al misterio de la inmensidad de Dios.
José Ignacio Munilla
Se cumplen cuatrocientos años desde que Galileo apuntase por primera vez al cielo con su telescopio, y las Naciones Unidas han declarado el 2009, el Año Internacional de la Astronomía.
Si bien es cierto que la ciencia astronómica tiene sus propios fines y métodos, el hombre religioso recibe con sumo interés todos sus descubrimientos y avances, porque para nosotros el firmamento es un lugar privilegiado por el que nos asomamos al misterio de la inmensidad de Dios y a la contemplación de su infinita belleza. Así lo dice el Salmo 8: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?” (Sal 8, 4-5).
Inmensidad del universo: ¡Ponte en mis manos y… observa!
La astronomía dispone de las comprobaciones científicas suficientes para afirmar que el universo es finito y que está en expansión. Recientemente, un astrónomo sevillano, José Luis Comellas, nos impresionaba con unos datos que nos ayudan a contemplar el universo: Cuando observamos el sol, lo estamos viendo tal y como era hace ocho minutos. La razón es que, ése es el tiempo que tarda en llegar la luz desde el sol hasta nosotros, a razón de 300.000 kilómetros por segundo.
Y cuando miramos en el firmamento la Estrella Polar, la estamos viendo como era hace ¡trescientos años! Pero… eso no es nada, comparado con la distancia que nos separa de la Galaxia de Andrómeda: la luz que nos llega hoy desde ella, ha salido hace ¡¡dos millones de años!! Podría haber ocurrido perfectamente que esa galaxia hubiese desaparecido hace miles de años, y que nosotros no tuviésemos todavía noticia de ello...
Desde estos datos, los creyentes nos maravillamos al considerar que toda esta inmensidad que forma el Universo, no es sino una pequeña criatura del amor de Dios.
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?
Una de las cuestiones más apasionantes es la posibilidad de encontrar otras formas de vida en el Universo, y especialmente, otras formas de vida inteligente. De forma mayoritaria, la comunidad científica no excluye esa posibilidad, aunque estima que las probabilidades son pequeñas, dadas las condiciones tan hostiles para la vida en el universo conocido.
En la hipótesis de que solamente existiese vida inteligente en la Tierra, parece lógico que los creyentes nos hagamos la pregunta de por qué un universo tan inmenso: ¿Somos tan importantes como para que Dios crease un universo de estas dimensiones, teniéndonos sólo a nosotros como sus habitantes? Si así fuese, estaríamos ante una prueba más de la dignidad del hombre. Tal vez, Dios nos está diciendo: “Si piensas que el firmamento es maravilloso, deberías ver mi obra maestra en…¡el espejo!”.
Iglesia Católica y astronomía
Una de las leyendas negras más extendidas contra la Iglesia Católica es la sospecha de que en su historia se ha comportado como enemiga de los avances científicos. La realidad es justamente lo contrario: Baste recordar que Copérnico fue un eclesiástico polaco; o que Lemaître, el pionero en proponer la hipótesis del Big Bang como origen del universo, era un sacerdote belga. Sin olvidar que los papas fueron grandes impulsores del estudio del cosmos, hasta el punto de fundar tres observatorios astronómicos.
Por lo que respecta al caso Galileo, frecuentemente aducido, hoy en día sabemos con precisión que el factor determinante del conflicto no fue otro que las malas relaciones personales y las rivalidades entre científicos. Conviene recordar que Galileo no estuvo un minuto en las cárceles de la Inquisición, ni fue sometido a tortura o vejación alguna. Su condena, por no cumplir su compromiso de enseñar el heliocentrismo como una hipótesis –ciertamente, una injerencia indebida del tribunal eclesiástico, como reconoció Juan Pablo II-, consistió solamente en una reclusión en su propia casa y la recitación de algunas oraciones.
La leyenda negra sobre Galileo no sólo ha extendido la falsedad de su condena a la hoguera, sino que ha ocultado que Galileo falleció en su vejez, bajo el cuidado de su hija religiosa, y habiendo recibido la bendición papal.
En el momento presente, la Santa Sede mantiene un Observatorio Astronómico, conocido con el nombre de la ‘Specola Vaticana’, desde el que se están impulsando importantes proyectos. Su razón de ser es el diálogo interdisciplinar, ya que la astronomía es una ciencia que nos ayuda a poner en perspectiva nuestra realidad, al mismo tiempo que nos introduce en un terreno fronterizo, entre ciencia, teología y filosofía.